jueves, 4 de abril de 2013

Fuego en la ciudad.

El aire estaba preñado de humo y ceniza. Los olores del fuego se mezclaban mientras una fina lluvia caía sin descanso. La luna se observaba a lo lejos pero las nubes errantes amenazaban con acabar tapándola y dejar la ciudad sin más luz que las hogueras provocadas por el enemigo. Las altas murallas eran salvadas por salvas de ballestas incendiadas cada poco tiempo y ya no quedaban en los barrios periféricos nada más que cadáveres y casas abiertas de par en par.

La chica corría por la calle empedrada cubierta hasta la cabeza con una cara capa marrón. Saltaba entre los charcos del suelo dejando tras de sí un millar de gotas salpicadas. No había nadie más en la calle. Los últimos soldados reclutados a la fuerza, jóvenes sin experiencia y viejos sin fuerza, ya hacía rato que habían partido a las puertas principales para engrosar el grupo de resistencia. Por supuesto, hacía días que no se sabía nada de la familia del duque. Se rumoreaba que habían huido, que estaban a resguardo en túneles secretos que los sacaban de la urbe, e incluso que se habían confabulado con el enemigo intercambiando la ciudad por su supervivencia. A casi a nadie le importaba ya.

Al final del camino un tremendo fuego devoraba los hogares más cercanos a la muralla de piedra, pero la chica no se amilanó y siguió corriendo hasta que en la última esquina en pie giró a la derecha. Sabía perfectamente a donde se dirigía. Una gran roca sobrevoló su cabeza estrellándose en la iglesia cercana, derrumbando parte del campanario. La última fase del asedio estaba en marcha y la resistencia no iba a durar mucho. Más valía encontrar lo que buscaba antes de que fuera demasiado tarde.

Una puerta de madera hinchada por el calor entorpecía la entrada a una antigua casona baja con no más de dos ventanas en la fachada. Tras meter la llave e intentar empujar la puerta hacia dentro, la chica desistió y comenzó trepar por la reja de la ventana más cercana. Sin dudar, asestó un golpe al cristal, que se rompió en mil luciérnagas brillantes que reflejaban el fuego que se acercaba por la espalda. Gracias a su escuálido cuerpo, se escurrió entre los barrotes de hierro dejando atrás marcas de sangre de su mano lastimada.

No había más luz que la que entraba por las ventanas que quedaban atrás, pero la pequeña llegó hasta el salón del fondo sin problemas. Rebuscó entre las ascuas de la chimenea, despejando la baldosa que quedaba debajo. Una pequeña figura emborronada la distinguía del resto. En otros tiempos se habría asemejado a una llama, pero apenas se distinguía ya su forma. Irónico, pensó ella. Cogió un atizador de metal de un lateral y comenzó a martillear aquella baldosa hasta que la hizo añicos. Tras ello, introdujo la mano en el hueco que quedaba a la vista y sacó un pequeño bulto envuelto de su interior.

La chica desenvolvió una pequeña piedra azulada que llenó al momento la estancia con luz propia. Sin apartar la vista de ella, comenzó a hablar:

—La ciudad está perdida. Ellos se la llevaron. Encuéntrala Marc, es tu destino.

Con un fuerte estruendo la puerta cedió y oscuros soldados entraron en tropel hasta el fondo de la casa. La revisaron a fondo pero solo encontraron el cuerpo menudo de una chica en el suelo, un pequeño frasco vacío y varios cristales grisáceos esparcidos en el hueco de la chimenea.

En ese momento, en la otra punta del país, Marc miraba aterrado la pequeña esfera turquesa que tenía en las manos. Aquella esfera que siempre le había acompañado sin saber por qué, que su madre colgó en su cuello cuando no era más que un bebé, le acababa de hablar. Y él juraba por dios que no había entendido nada.




Tayne.

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