viernes, 15 de febrero de 2013

Campo de fútbol.

Estaba sentado en las gradas de aquel campo de fútbol. En la segunda fila, los brazos sobre las rodillas y la cabeza inclinada hacia delante. Observaba el césped desierto donde se reflejaba la luz de aquel día de agosto en las gotas que el riego había dejado sobre toda su superficie. Su mirada se paseaba de portería a portería, recreándose en la novedad de aquellas instalaciones. Hacía tiempo que conocía aquel campo, pero también hacía mucho tiempo que no volvía allí.

Se levantó y comenzó a recorrer la fila de asientos en la que estaba, con paso tranquilo y seguro. Intentaba controlar el flujo de recuerdos que se desbordaba en su mente, liberado por lo singular del momento que estaba viviendo. Como una imagen proyectada encima de la realidad, era capaz de ver la tierra que hacia muchos años cubría el suelo, con sus líneas pintadas, blanco sobre naranja. Las porterías casi sin redes, los banquillos de chapa, el marcador manual. Todo aquello ahora había sido sustituido.

Y de pronto pudo vislumbrar una figura. Sentada en el banquillo local, la sombra se agitaba intranquila, y de forma súbita se levantó. Con una corta carrera se había situado en la misma línea de banda y comenzaba a gesticular enérgicamente. Abrió y cerró los ojos varias veces, sin poder creerse lo que estaba viendo, pero la figura seguía allí con sus frenéticos movimientos. Se acercó un poco más, y bajando varias filas a la carrera, se situó justo detrás del banquillo. En ese momento, la sombra se giró.

Como si la luz solar se hubiera centrado en aquella zona del campo, pudo vislumbrar varios rasgos de la sombra: un bigote abundante pero bien recortado que adornaba una cara redonda pero con signos propios de una edad avanzada, marcada por los profundos ojos oscuros que se fijaban en la cara de aquella persona que lo observaba. Como reconociéndolo, su gesto se suavizó, llegando incluso a amagar una sonrisa. Y en el siguiente parpadeo la sombra ya no estaba allí.

—Míster, ya estamos listos, le esperamos en el vestuario.

Sobresaltado, miró al jugador que le había dirigido la palabra. No se había dado cuenta de que había aparecido justo detrás suyo. Con una mirada extraña, el jugador comenzó a impacientarse.

—¿Míster?
—Sí sí... Claro, ya voy. Un momento.
—También está el presi. Dice que ya tiene usted su contrato preparado.
—Muy bien, después me pasaré. Baja, ahora te sigo.

Dejando a su confuso jugador solo en las gradas, el nuevo entrenador del equipo local saltó la pequeña valla que separaba la fila más baja de las gradas del terreno de juego, y agachándose, pasó la mano por el césped recién regado. Sintió el frío a la vez que su fresco aroma llegaba hasta él. Hoy era un día grande. Iba a comenzar su nueva aventura en el club de su vida, después de años de experimentar en otros lugares y en otros equipos. Esta era su gran oportunidad. La oportunidad de seguir los pasos de su padre como entrenador.

Y su padre le acababa de dar la bendición. La temporada ya podía comenzar.




Tayne.

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