martes, 22 de enero de 2013

Dieciocho años.

Sentada en una de las rocas del extremo de aquella playa del norte del país, contempla el mar a la luz del atardecer. Un pequeño viento que sopla desde hace un rato va logrando embravecer el agua poco a poco, haciendo que salpique tras chocar con las piedras. De vez en cuando la espuma blanca la alcanza, pero no le importa. Ella disfruta con la sensación del agua salada en su piel. Por eso está allí, lejos de aquellos lugares que puede llamar hogar. Una aventura que repite cada verano, una experiencia entre olas y amigos lejanos.

Allí sola, piensa en la vida que deja fuera de la mochila cuando realiza estos viajes. La vida que cambia, la universidad que empieza. El respeto ante lo desconocido, los nuevos compañeros de viaje, las puertas abiertas a la vida que tanto ansiaba. Los errores por cometer, las fiestas por vivir, los hombres por rechazar. Exámenes que aprobar, viajes que hacer. Tantas promesas de libertad. Aquellos cuentos que las chicas mayores le contaban y que por fin le toca disfrutar a ella misma. Dieciocho años a sus espaldas que son la llave a un nuevo mundo.

Con una sonrisa que no sabe como llegó a sus labios, recuerda que la esperan. Se levanta y dando saltos entre las rocas llega a la arena. Ya casi ha oscurecido y la luna se observa claramente a un lado del paseo marítimo. La luna que evoca aquellas noches en otro paseo, en otro verano. En otro lugar mucho más lejano. Pasando una mano por su oscuro pelo rizado, aparta los recuerdos y nombres, y comienza a andar hacia su hotel. Tranquila, feliz, valiente.




Tayne.

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