jueves, 17 de octubre de 2013

Una ninfa gris aleteaba sin cesar.

Una ninfa gris aleteaba sin cesar por el salón del pequeño apartamento. La chica no prestaba atención, su mirada fija en el gran ventanal que tenía delante. Estaba recostada en el sofá que había hecho instalar justo debajo de los cristales, un capricho que aún debía pagar a sus padres, y sostenía una taza de café caliente entre sus manos mirando como el tráfico fluía en la ciudad varios metros más abajo. Coches de colores moviéndose como rápidas canicas, ahora sí, ahora no, sobre el fondo oscuro del asfalto.

La ninfa se posó en la lampara, uno de sus lugares predilectos, y emitió dos pequeños graznidos al aire. Con un gran jersey de lana rosa y unos ajustados vaqueros gastados, los pies sobre los cojines, las rodillas flexionadas, la chica dejaba el tiempo pasar. Sin prisa, sin preocupaciones. Soplaba a veces suavemente sobre la taza, y seguidamente daba pequeños sorbitos, dejando que el café fuera insuflando vida en su delgado cuerpo. Tras terminar, durante unos segundos aún mantenía el borde en sus labios mientras buscaba algo nuevo que captara su atención.

Otro aleteo cerca del techo y más graznidos, la ninfa comenzaba a impacientarse. Lentamente la chica giró la cabeza y una leve sonrisa se dibujó en su rostro. Con movimientos rápidos pero seguros, la chica se levantó, soltando la taza en el primer rincón que encontró en su camino hacia la habitación. Pequeña, con un escritorio al fondo y la cama a la derecha de la puerta. Había un armario encajado en la otra esquina, dos o tres fotos pinchadas en la pared y varias figuritas de decoración en una estantería. Más graznidos provenientes del pasillo intentaban romper la calma de aquella muchacha.

Los rayos de sol que llevaban toda la mañana reflejándose en el blanco suelo frente a aquel ventanal en el salón se vieron momentáneamente cortados en su trayectoria. Un delgado cuerpo desnudo de mujer se interponía. La ropa hacía un minuto que reposaba en un montón en el suelo de su habitación. El pelo libre caía sobre la espalda desnuda de la chica, que volvía a mirar al cielo, esta vez de pie. La ninfa se posó nerviosa en su hombro, introduciendo su cabecita entre miles de rizos rubios.

—Ya vamos pequeña, ya vamos.

Con ambas manos abrió la ventana, se encaramó al borde que se precipitaba al vacío, y de un salto, dos ninfas grises comenzaron a surcar el cielo azul. Sin prisa, sin preocupaciones. Libres.



Tayne.

jueves, 3 de octubre de 2013

Su sombra.

Esa noche no encontraba la luz que acabara con su sombra. Poco a poco crecía desde sus talones, prolongándose por la pared hasta que casi tocó el techo. Su forma, deformada pero semejante a él mismo, le invitaba a cruzar el umbral y fundirse con ella. Otra vez estaba allí. Llamándole desde el frío. Mostrándole la puerta de salida.

Con un portazo salió a la calle, corriendo, sin mirar atrás. Las farolas encendidas lo veían huir, seguido de cerca por su oscuro compañero. En cada esquina que doblaba, la sombra lo seguía. Cada ruido de la ciudad parecía silenciarse frente a aquella loca persecución. Como si la noche no fuera lo suficientemente oscura para incluir aquel reflejo de su propia alma en su negrura. Sobresalía como sobresale un dibujo en relieve en una lisa pared.

Espesa y negra oscuridad con sus mismas formas. Sus piernas eran aquellas, pero se alargaban y doblaban en cada pared. Sus brazos se movían a la vez, pero aquellas extremidades parecían querer alcanzarlo con sus dedos extendidos y amenazadores. Cada vez que se giraba veía su cabeza allí, a lo lejos. Oscura. Sin rasgos. Como una sombra cualquiera. Pero aquella era su propia sombra, su oscuro mundo interior pugnando por salir a flote y tragárselo, a él, a sus pensamientos, a su tristeza.

Tras cruzar una valla sin cerrar, se adentró en la espesura del primer parque que encontró. Entre los árboles no había ya más luz que la que se filtraba a duras penas por el techo de hojas que lo cubría al correr. En cierto momento, sin más ruidos que sus pisadas y su pesada respiración, el chico se detuvo. Miró atrás y a los lados. Estaba sólo. Por un momento creyó librarse, se vio contando los segundos que pasaba, esperando, asustado.

Pero allí estaba, lentamente acercándose. Inconfundible aún en aquel paisaje sin luz. La figura oscura que quería ser él mismo se alzó de forma antinatural desde el suelo, enfrentándose a él cara a cara, igualándolo en tamaño. Un chico frente a su sombra. Una realidad frente a sus oscuras posibilidades. Allí estaba, dispuesto a engullirlo una vez más.




Tayne.

domingo, 25 de agosto de 2013

Ley de los grandes números.

"Las leyes de los grandes números explican por qué el promedio de una muestra al azar de una población de gran tamaño tenderá a estar cerca de la media de la población completa"



Dejémonos llevar por esta ley. Imaginemos un mundo basado únicamente en la tendencia a repetir patrones. Un lugar donde lo único que podemos hacer es seguir al resto, imitar su comportamiento, vestir su ropa, usar sus instrumentos. Seguir al rebaño.

En este mundo, los niños serán educados en seguir todos el mismo camino. Este camino no lo decidirán ellos, será la mayoría la que dicte qué serán en el futuro, en función de las necesidades del momento. Si faltan médicos, estudiarán medicina. Si faltan ingenieros, saldrán ingenieros. Si faltan agricultores, nadie estudiará nada. Y la mayoría usará los mecanismos adecuados para conseguirlo: una educación dirigida y orquestada por la mayoría. Cuando necesiten cambiar de patrón, únicamente cambiarán las condiciones de dicha educación. O desaparecerá la educación. Una muestra al azar en esta población de gran tamaño será ignorada y entorpecida hasta que no tenga más opción que elegir ser como el resto. O desaparecer. 

En este mundo, los mayores se comportarán todos igual. Seguirán pautas en sus vidas, quemando etapas establecidas. Primero, comprarán un coche. Después, tendrán una relación con alguien del sexo contrario. Tras esto, ambos comprarán una casa. Durante todo este tiempo, solo trabajarán o esperarán hacerlo. Al final, darán las gracias a la mayoría por dejarles vivir de esta manera tan tranquila y estructurada. Sin decisiones propias. Una muestra al azar de esta población de gran tamaño será discriminada y tratada como un error hasta que no tenga más opción que elegir ser como el resto. O harán que desaparezca. 

En este mundo, las ideas serán todas iguales. Estarán pensadas por la mayoría y recibirán diversos nombres, según el momento histórico o cultural: religión, manifiesto, constitución... Estas ideas se limitarán a dirigir a la población hacia una media general de comportamiento. Esta media favorecerá la continuación de la mayoría como punto central de la vida en todos sus aspectos. Cual rebaño que para protegerse del lobo solo se comporta aún más como un rebaño, intentando convencer al lobo de que ser oveja es la mejor opción. Sin más problema en la vida que obedecer las órdenes dictadas por el... pastor. 

En toda mayoría, habrá un pastor. Indudablemente, alguien se alzará sobre la mayoría y controlará sus movimientos. Uno o varios de los elementos formarán una cúpula dirigente, clara o difusa, oculta o a la luz. Por tanto, seguir a la mayoría será seguir las pautas de alguien que no serás tú. La ley de los grandes números quedará convertida en la ley del que es capaz de establecer su media como la única media existente. Y hacer que el resto no se dé cuenta. 

Pero si quieres tomar tus propias decisiones y guiar tu vida, deberás romper esa ley de los grandes números, salir de ese mundo... ¿imaginario? 




Tayne.

domingo, 4 de agosto de 2013

Una vuelta. Otra vuelta.

En cuanto las luces comienzan a encenderse por las dársenas del puerto, el farero toma el camino que lleva al final del malecón. Deja atrás su pequeña casa encalada, situada en la esquina de la calle mayor que baja hasta el puerto. Al fondo, recortando su silueta en el cielo de varios colores del final del día, el viejo faro vigila el horizonte.

Subiendo uno a uno los escalones recientemente restaurados, el farero recuerda las historias de su abuelo sobre aquel lugar. Inventadas o no, recordarlas es una buena práctica para su vieja mente, aburrida del ir y venir de la vida del pueblo marinero y de sus rutinas bañadas en agua salada. En las paredes circulares de las escaleras cuelgan los antiguos utensilios que siempre se usaron allí, ahora descartados por el empuje de las nuevas tecnologías. Es una suerte que aún le permitan a él encargarse de la revisión de la maquinaria del faro. Cada tarde, el viejo farero disfruta de esa pequeña labor.

Tras un rápido vistazo, pulsa el interruptor y se pone en marcha el mecanismo. La luz poco a poco va ganando brillo hasta que ilumina por completo la gris cúpula. Finalmente, el farero activa la palanca que hace girar esa pequeña estrella artificial. Oficialmente, la noche ha comenzado.

Una vuelta. Otra vuelta.

En el puerto, el rayo de luz repasa las caras de los marineros que vuelven de mar abierto. Con las cargas de las barcazas a medio llenar de pescado, sus pensamientos comienzan a irse lejos, recuperando la vida real que se pega a sus pies en cuanto pisan de nuevo tierra firme. Uno de ellos mira al infinito dejándose llevar por la melancolía, anhelando su país y su familia. Sus sombras bailan mientras se alejan de la mar que tanto aman.

Una vuelta. Otra vuelta.

Las ventanas de las casas brillan a intervalos, siguiendo la frecuencia que el faro les impone. Las casas de colores cercanas a la costa guardan en sus terrazas las historias de solteros, parejas o familias hasta el nuevo día. Con la noche sus lámparas se apagarán y sus cortinas se cerrarán. Pero aún alguien mantendrá su ventana abierta esperando que la anaranjada luz entre furtivamente en su habitación y vele sus sueños, contando vueltas del faro como si ovejitas fueran.

Una vuelta. Otra vuelta.

La luz ilumina al girar la pequeña playa cercana, bañada en las sombras que proyectan las rocas del fondo. En un rincón entre piedras que sobresalen en la arena, una pareja comienza a perderse entre miradas, deseosos de que la oscuridad envuelva su locura. Ya están lejos de cualquier distracción que quiera interferir en su pasión. Junto con el faro, la noche azabache salpicada de estrellas y el rumor de las olas que llegan a la orilla acompañan sus besos y sus palabras susurradas.

Una vuelta. Otra vuelta.

Mil vueltas más marcando el ritmo del tiempo que pasa junto al mar.




Tayne.


martes, 23 de julio de 2013

Granada.

La seda fluía por sus piernas, mecida por la leve brisa, extraña como extraña era aquella noche de verano. Cuando apoyó sus manos en la baja pared de piedra, la luna estaba en todo lo alto del negro cielo granadino. Al fondo, leves luces de antorchas portadas por guardias paseaban por la muralla de la Alhambra.

Arropados por una multitud de casas bajas encaladas en el más puro blanco, una serie de miradores se extendían a lo largo de la terraza del Albaicín. Hacia atrás, el pueblo. Perdidos en la rutina de la supervivencia, pocos dormían esperando al enemigo cristiano. Al frente, la fortaleza cuyas torres dominaban la ciudad, en estado de alerta desde hacía varias jornadas. Esto observaban sus oscuros ojos, fijos en la sobrecogedora mole del palacio moro. Con suavidad, unas manos lentas pero seguras se fijaron en su cintura. Una flor de jazmín inundó el ambiente con su aroma.

Nada de todo aquello les importaba a ellos esa noche.

El paseo de los tristes contempló como entre árboles se perdían los besos de los amantes, secretos ocultos de la luz de las estrellas. Docenas de hojas silbaban al paso de las sombras silenciosas, deseosas de desaparecer en la penumbra de los callejones. Ante marcos iluminados se paraban, para continuar después sin que nadie los viese, escapando por la ruta que marcaba el puente de piedra. Al otro lado, desde ventanas repletas de hiedra y flores, una melancólica melodía rompía el silencio.

Torciendo plazas y sorteando fuentes, cruzando calles, esquivando patrullas de soldados más pendientes de su hogar que de sus obligaciones. Pasos cada vez más largos para llegar al escondite perfecto, al resguardo final. Carreras cogidos de la mano como si soltarse fuera el mayor pecado posible. Chapoteaban ya sin disimulo, dejando ir sus ropas en el camino, sin pensar como de lejos podrían quedar. Obviando la guerra y los peligros de la noche. Un último suspiro y sus ojos se fundieron junto a las orillas del Darro.

La luna seguía en todo lo alto del negro cielo granadino.

Al amanecer, solo aquella flor de jazmín en lo alto del Albaicín recordaba a los amantes. Y para guardar silencio, se dejó caer al vacío.




Tayne.

martes, 2 de julio de 2013

Me vs everyone.



I candy coat and cover everything that I'm still hiding
underneath. It's been a long time. It's been a long time.
A thousand faces looking up at me hands are pointing ceiling
oh what a feeling.
I've got friends in highly low places
I'll stand up push it and push it up, can't afford to lose now.
I've got friends in highly low places

I'll go inside when I wanna party, grab a girl and dance
(don't touch me).

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all

Girl, who taught you how to move like that?
At this pace your at you're going way to fast.
I, I saw you from across the room
It's me versus every guy it's your choice you choose.

I've got friends in highly low places
It's been a long time, it's been a long time
and maybe baby you can rise above the rest and meet me yeah

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all

You're worth losing my self esteem
Your clever words mean nothing more to me than a lot I've heard in a movie
you're worth losing my, losing my, losing my self esteem
you're not worth putting myself in these situations

Whoa oh whoa whoa oh
Why do I put myself in these situations
Whoa oh whoa whoa oh
I keep pushing myself even though I can't take it at all




Tayne.

Cristales rotos.

Una botella de ron vacía salió disparada por la ventana sin persiana de aquella habitación, rompiéndola en mil esquirlas de cristal que centellearon a la luz de las farolas mientras caían. Un solitario pájaro salió huyendo del árbol más cercano al estruendo. Los ojos rabiosos de la chica del pelo violeta seguían fijos en aquel destrozo valorando si había saciado su dolor o no. Decidió que no.

Llevaba ya diez minutos lanzando objetos por los aires: había arrancado las hojas a los pocos libros que encontró, había tumbado todos los muebles que había encontrado, el colchón rajado dejaba entrever su interior de blanco algodón. La chica siguió pegando patadas y puñetazos a todo hasta que el cansancio la dejó abatida en el sofá lleno de polvo del salón. Justo enfrente, una televisión había sido atravesada en su mismo centro por un cenicero medio lleno. 

La chica se sobresaltó cuando la melodía de Tell me baby comenzó a sonar en la calma que había dejado su propia tempestad. Tardó un segundo en recordar que le habían cambiado el tono de su móvil. Él. Él no, el otro él. El nuevo él. Silenció el aparato y lo lanzo también contra el suelo. Aquella noche había ido a buscar a otro hombre, uno bien distinto, y no lo había encontrado. Aquel piso vacío daba clara muestra de ello.

Se levantó y lentamente se acercó a la ventana del balcón. Miró a la oscura noche y decidió que no iba a buscarlo. Nadie se lo había pedido. Igual que ella hacía dos años se había ido, él en algún momento también decidió marcharse. Seguramente habría recogido sus dos o tres libros favoritos, sus gafas Rayban, y habría tomado el primer bus a ninguna parte. O quizás no. En verdad, eso es lo que hubiera hecho ella. De hecho, era exactamente lo que había hecho más de una vez la chica del pelo violeta. 

Todavía no era capaz de reconocer el anhelo. Nunca antes había necesitado una palabra para ese sentimiento en el diccionario de su vida. 




Tayne. 

martes, 25 de junio de 2013

La chica del pelo violeta.

La luna se reflejaba en el cristal de la única ventana que no tenía las persianas bajadas en la fachada de aquel bloque de pisos frío y gris. Desde el otro lado de la calle, a la sombra de una farola parpadeante, la chica del pelo violeta encendió un cigarro y volvió a levantar la vista hacia aquella ventana. Las farolas de la calle iluminaban una acera vieja, con jardineras para flores que hace mucho tiempo que dejaron de crecer. Tal y como ella la recordaba.

Quizás la pared estuviera ahora más sucia, quizás había más pintura caída que entonces. Daba igual, más o menos era el mismo aspecto que tenía hacía dos años, cuando en aquel mismo lugar se dio la vuelta y huyó de los brazos que prometían darle calor para siempre. Al otro lado de aquella ventana. Aquella ventana que nunca tuvo persiana ni cortinas, siempre dejando pasar la luz. Con una leve sonrisa recordó como poco a poco los rayos lunares iban iluminando la pared que había al lado de la cama, recortando sus sombras en la pared. Y como por la mañana la claridad solar los despertaba entre sábanas sudadas y sueños por cumplir.

Dos años habían pasado y había decidido volver. ¿Por qué? ¿Por qué se fue entonces? Ambas preguntas tenían la misma respuesta. Ninguna. Acostumbrada a actuar por impulsos, sin más motivos que el propio sentido de supervivencia, decidió marcharse. Esperando no perder la libertad que la definía como persona. Esperando no volverse vulnerable con preocupaciones más allá de su piel. Y sin embargo... Todo había sido al revés.

Así que dejó caer el cigarro a medio consumir, acarició la última farola que encontró antes de cruzar la calle, y se dirigió hacia aquel portal oscuro. Aquella puerta hacia el pasado, aquella puerta hacia el futuro.

Otra vez sólo actuaba por impulsos, el suyo propio. Egoísta en su idea del devenir de las personas por su vida. Quizás él no la recibiría de la misma manera. Quizás él ya no estaba allí para recibirla. Pero la chica del pelo violeta no era alguien que pensara en esas cosas. Impulsos, puros impulsos.




Tayne.

jueves, 13 de junio de 2013

Cumplir veintidós.

Es una tontería, pero lleva días rondando en mi cabeza.

Veintidós años. Ya mismo cumpliré veintidós años. Veintidós. No es mucha diferencia a los veintiuno que ya tengo, solo un día, un aniversario, y ya tienes un año más. Sin ningún cambio visible. Por lo menos no a simple vista. Pero para mí sí lo será. La verdad, nunca me paré a pensar que llegaría, simplemente, parecía que nunca iba a pasar.

Nunca pensé mucho en que significaba crecer y cumplir años, más allá de ir pasando etapas como el instituto, la universidad y tal. Pero ahora se acerca el fin de mis estudios, poco a poco, empiezo a ver a qué quiero dedicarme de verdad durante mi vida, y eso es un cambio demasiado grande ahora. Es una bofetada de realidad. No de una forma mala, sino pura y dura realidad. Y cumplir veintidós años es el comienzo.

Siento que es como el fin de mi adolescencia, ahora ya si que no hay más narices que coger todas las responsabilidades que seguramente ya estén sobre mí, para afrontarlas claramente: termina de estudiar, busca un trabajo, empieza tu vida en solitario. Búscate la vida, simple y llanamente. Sin más ayudas que lo que puedas conseguir tú mismo por tus propios medios. Al menos yo pienso que ese es mi deber.

¿Y por qué me afecta tanto? Porque me recuerda que las cosas cambiaron, que hay recuerdos que nunca volverán. Experiencias vividas, momentos especiales que se quedaron atrás, en mi memoria de niño. Nunca más habrá veranos interminables de no hacer nada más que salir con amigos. Clases y clases durante meses con gente que te ayudaba a ser feliz, donde estudiar era un gran problema que ahora me doy cuenta que no era tal. Me hago adulto poco a poco y es imposible parar esa evolución.

De cualquier manera, hay que ser valiente. Seguir adelante. Tu vida es tuya, vívela como mejor te parezca. Sólo tienes que aceptar los cambios y afrontarlos con una sonrisa, como la nueva página del diario que debes escribir poco a poco, despacito y con buena letra.




Tayne.

sábado, 13 de abril de 2013

La cruda realidad que nos atrape.



Si pudiera volver otra vez hacia atrás
repetiría mil veces todo lo que hemos pasado.
Si pudiera volver hacia atrás otra vez
repetiría mil veces todo lo que hemos pasado.

Aunque no haya luz en la habitación
los ojos pueden ver toda esta canción,
será una de esas que te agarra el corazón
o nos deja caer en el invierno.

No será mágico, trágico, enérgico, lisérgico...
Será como un anticiclón la pura realidad
que nos atrapa.

No será clásico, tóxico, frenético, dialéctico...
Será sólo nuestra canción, canción de
Navidad que nos arrastra.

Aunque la toqué no se estropeó,
sonaba igual que tú, sonaba alegre.
Lo que te robé, lo que nos cambió,
siempre sigue ahí como un incendio.

No será hermético, dramático, eléctrico, magnético...
Será como un anticiclón la pura
realidad que nos atrapa.

No será rápido, ni táctico, ni técnico, ni público...
Será solo nuestra canción, canción de
Navidad que nos arrastra.

Si pudiera volver hacia atrás otra vez
repetiría mil veces todo lo que hemos pasado.
Si pudiera volver hacia atrás otra vez
repetiría mil veces todo lo que hemos pasado.

Será ridículo, patético, cosmético, sintético...
Será como un anticiclón la cruda realidad
que nos atrapa.

No será mágico, ni trágico, enérgico, lisérgico...
Será solo nuestra canción y ya no importará que
nos arrastre, que nos arrastre, que nos arrastre...




Tayne.

martes, 9 de abril de 2013

De las vidas de la soledad.

Las lágrimas que caen se mezclan con los copos de nieve que alfombran el suelo poco a poco. El blanco cubre las calles y se mimetiza con las paredes encaladas de aquel pequeño pueblo perdido en la sierra. Hay una atmósfera más propia de cuentos de brujas que de pura y dura realidad. Los pasos van dejando huellas como quien deja atrás migas de pan para quien quiera seguirlas.

No hay dirección ni sentido en su caminar, solo una larga cadencia hacia ninguna parte. Las sombras de los recuerdos oscurecen el cielo, el frío de los pesados sentimientos se aferra a los huesos, la memoria hace su parte jugando a recordar imágenes que no sucedieron nunca. Ahora solo hay soledad, una más. Recién nacida, nueva, inocente e ingenua soledad.

Como un pequeño niño que no sabe muy bien que hacer, prueba poco a poco todas las posibilidades al alcance de sus pequeñas manos. Envidia, odio, resignación, ausencia propia. Y vuelta a empezar, deleitándose en el dolor que infringe con punzadas de desconsuelo. Esta vez el parto fue evidente: una puerta se cerraba, unos ojos no miraban atrás. Ahí sucedió. Con el tiempo se ha acostumbrado a reconocer los síntomas y a asumir la solución final.

La primera vez le sorprendió, quién podía esperar esa resolución. La segunda vez no podía creerse su mala suerte. La tercera ya intuyó algo. La enésima era aquella misma, como podía haber sido cualquier otra. Y una vez más se encuentra al final de aquel paseo de farolas amarillas anticuadas recién despertado de un aletargamiento autoinducido. Mirando al infinito natural que ante sus ojos se despliega. Deseando ser un animal. Deseando no saber lo difícil que es ser un humano perdido entre la multitud.




Tayne.

jueves, 4 de abril de 2013

Fuego en la ciudad.

El aire estaba preñado de humo y ceniza. Los olores del fuego se mezclaban mientras una fina lluvia caía sin descanso. La luna se observaba a lo lejos pero las nubes errantes amenazaban con acabar tapándola y dejar la ciudad sin más luz que las hogueras provocadas por el enemigo. Las altas murallas eran salvadas por salvas de ballestas incendiadas cada poco tiempo y ya no quedaban en los barrios periféricos nada más que cadáveres y casas abiertas de par en par.

La chica corría por la calle empedrada cubierta hasta la cabeza con una cara capa marrón. Saltaba entre los charcos del suelo dejando tras de sí un millar de gotas salpicadas. No había nadie más en la calle. Los últimos soldados reclutados a la fuerza, jóvenes sin experiencia y viejos sin fuerza, ya hacía rato que habían partido a las puertas principales para engrosar el grupo de resistencia. Por supuesto, hacía días que no se sabía nada de la familia del duque. Se rumoreaba que habían huido, que estaban a resguardo en túneles secretos que los sacaban de la urbe, e incluso que se habían confabulado con el enemigo intercambiando la ciudad por su supervivencia. A casi a nadie le importaba ya.

Al final del camino un tremendo fuego devoraba los hogares más cercanos a la muralla de piedra, pero la chica no se amilanó y siguió corriendo hasta que en la última esquina en pie giró a la derecha. Sabía perfectamente a donde se dirigía. Una gran roca sobrevoló su cabeza estrellándose en la iglesia cercana, derrumbando parte del campanario. La última fase del asedio estaba en marcha y la resistencia no iba a durar mucho. Más valía encontrar lo que buscaba antes de que fuera demasiado tarde.

Una puerta de madera hinchada por el calor entorpecía la entrada a una antigua casona baja con no más de dos ventanas en la fachada. Tras meter la llave e intentar empujar la puerta hacia dentro, la chica desistió y comenzó trepar por la reja de la ventana más cercana. Sin dudar, asestó un golpe al cristal, que se rompió en mil luciérnagas brillantes que reflejaban el fuego que se acercaba por la espalda. Gracias a su escuálido cuerpo, se escurrió entre los barrotes de hierro dejando atrás marcas de sangre de su mano lastimada.

No había más luz que la que entraba por las ventanas que quedaban atrás, pero la pequeña llegó hasta el salón del fondo sin problemas. Rebuscó entre las ascuas de la chimenea, despejando la baldosa que quedaba debajo. Una pequeña figura emborronada la distinguía del resto. En otros tiempos se habría asemejado a una llama, pero apenas se distinguía ya su forma. Irónico, pensó ella. Cogió un atizador de metal de un lateral y comenzó a martillear aquella baldosa hasta que la hizo añicos. Tras ello, introdujo la mano en el hueco que quedaba a la vista y sacó un pequeño bulto envuelto de su interior.

La chica desenvolvió una pequeña piedra azulada que llenó al momento la estancia con luz propia. Sin apartar la vista de ella, comenzó a hablar:

—La ciudad está perdida. Ellos se la llevaron. Encuéntrala Marc, es tu destino.

Con un fuerte estruendo la puerta cedió y oscuros soldados entraron en tropel hasta el fondo de la casa. La revisaron a fondo pero solo encontraron el cuerpo menudo de una chica en el suelo, un pequeño frasco vacío y varios cristales grisáceos esparcidos en el hueco de la chimenea.

En ese momento, en la otra punta del país, Marc miraba aterrado la pequeña esfera turquesa que tenía en las manos. Aquella esfera que siempre le había acompañado sin saber por qué, que su madre colgó en su cuello cuando no era más que un bebé, le acababa de hablar. Y él juraba por dios que no había entendido nada.




Tayne.

jueves, 21 de marzo de 2013

El origen del mal.

¿En qué momento el mal aparece en nuestra mente? ¿En qué momento somos conscientes de ello? Como humanos, el pensamiento nos acaba induciendo las ideas del bien y el mal como parte innata de la vida. Nos obliga a tomar decisiones constantemente en función de tales conceptos. Pero, ¿cuándo un niño se da cuenta de que lo que hace está bien o mal? ¿Cuándo brotan esas semillas en nuestras cabezas?

Si algo nos diferencia como humanos en este mundo, son estas dos palabras. Cualquier animal de la naturaleza no conoce la acción por maldad. Solo sobrevive. Si mata a otro animal es por puro instinto, ya sea para alimentarse o para no ser alimento. O tal vez mate por la hembra. O por la supremacía en una manada. Pero cualquier opción no se sale del mero hecho de sobrevivir en su pequeño mundo natural. Con sus propias leyes, leyes que los humanos olvidamos muchos años atrás. Pero leyes justas sin ninguna duda.

Entonces, ¿es la sociedad la que educa a cada ser desde su tierna infancia en estos conceptos, anteponiendo  bien y mal, y dejando luego a ese individuo solo ante la vida y con la opción de elegir el trayecto equivocado? ¿O es el propio individuo el que los lleva en sus genes, como miembro de la especie, siendo capaz de desarrollarlos por sí mismo y en su momento, de decidir? En el fondo, esta pregunta solo nos lleva a otra: ¿por qué hay quien elige hacer el mal por encima del bien?

Sin duda, es inevitable como seres con pensamiento y emociones realizar algunos de nuestros actos en función de sentimientos como la rabia, el odio o el rencor. Pero al igual, somos conscientes de sentimientos antagónicos, siendo la solución adecuada muchas veces. ¿Por qué, pues, hay quien cae en una espiral de maldad de la que ya no es capaz de salir? ¿Qué empuja a un ser a caer en ella? La mayoría de las veces nuestros actos equivocados son actos inconscientes, otras no: somos perfectamente conscientes de que nuestro acto nace del mal, aunque eso no lo hace menos evitable. Sin embargo, ¿que lleva a no ser capaz de reconocerlo y rectificar en consecuencia?

Muchas preguntas rodean a la forma de actuar de una persona. Tendemos a perdemos en nuestro propio laberinto mental, escondiéndonos muchas veces de la verdadera realidad. Por tanto, no hay más solución que encontrar la salida y enfrentarnos al espejo que nos devolverá nuestra verdadera cara. Ser conscientes de nuestras limitaciones, ambiciones, inquietudes, locuras... Y cambiar aquello que no queramos que nos defina. Sobre todo, antes de que ese laberinto cruel cierre la puerta de salida.




Tayne.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Libros.

Hay libros que entretienen, libros que aburren, y libros que te salvan la vida. Libros que nunca pensaste que te gustarían, y libros que cuando leíste pensaste que estaban dirigidos a ti. Novela, ensayo, poesía, teatro... Mil temáticas diferentes que ayudan a crecer como persona: que te emocionan y te enseñan a apreciar el mundo de sentimientos que te rodea, aumentando tu cultura y descubriéndote el pasado que ahora te condiciona, iluminando ese camino de conocimientos necesario para cualquier persona. Sin libros, no hay vida. Al menos para mí.

Echando mi mirada atrás, el primer libro del cual tengo recuerdo es El principito de Antoine de Saint-Exupéry. No recuerdo apenas de que iba, pero sé que mi madre me lo leía de pequeño. Quizás ahí naciera mi pasión por la literatura. Después crecí, y yo mismo me encargué de devorar libros infantiles y tebeos. Tintín, Astérix y Obélix, Mortadelo y Filemón... Entre aquellos dibujos pasó mi infancia. Nunca necesité que me animaran a hacerlo, lo veía en mis padres y esa era una razón más que suficiente para imitarles.

Después mis ojos se empezaron a perder entre las estanterías de la biblioteca. Fui descubriendo libros de los que nadie me había hablado, siempre he dejado hacer a mi intuición. Pienso que los libros adecuados aparecen solos ante ti en el momento perfecto, como una extraña fuerza que sabe de tus necesidades y te presenta la solución en forma de huracán de papel. Recuerdo retazos, imágenes, palabras de varios libros, pero sinceramente he olvidado sus nombres. Pero no su lugar en aquella biblioteca.

Mi camino con los años giró hacia la novela. Es un género que me apasiona, quizás por ser capaz de redecorar el mundo que nos rodea, o crear uno nuevo de la nada. Solo centradas en la propia trama, proporcionan vivencias, experiencias, otra vida paralela a la real. Y si no te gusta, cambias y de nuevo comienza el ciclo vital de la novela. El señor de los anillos de Tolkien, Memorias de Idhún de Laura Gallego, 1984 de Orwell, Marina de Zafón, El último catón de Asensi... Sólo son algunos de los libros que me vienen a la cabeza. Por supuesto, nunca los he contado y ahora ya sería imposible.

Mis padres siempre fueron transigentes en este capricho, mi biblioteca particular así lo demuestra. Y estoy orgulloso de cada título que aparece en sus estanterías. Desde los peores hasta los mejores, mi vida se ha gestado a su sombra. No solo por lo que ellos significan en sí mismos, sino por las personas que acompañan sus palabras. Regalos que me hicieron o hice, escenas que evocan en mí, dedicatorias en alguna página perdida... Todos tienen su toque mágico, todos pertenecen a esa memoria física que vamos dejando tras nuestra en el largo camino de la vida.




Tayne.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Jugar a ser.

Jugar a ser pintores vanguardistas enfrascados en disputas de colores y pinceladas. Recorrer a trazos los cuerpos cubiertos de pintura. Lanzar cubos de verde sobre el negro suelo, pasar el dedo lleno de amarillo por las blancas paredes. Y de nuevo en una danza colorista envolver en abrazos los retratos de dos locos de atar que ven imágenes impresionistas el uno en el otro. Besos teñidos de carmín, miradas prendidas de cobalto. Mezcla de tonalidades en los dedos de las manos.

Jugar a ser escritores de sentimientos en papel hecho de sueños. Dejar correr la tinta de un bolígrafo en pos de palabras que aún no se inventaron, que definan lo que solo el dolor del tiempo y el espacio pueden dejar marcado en nuestras venas. Romper, rasgar, destrozar los minutos que pasan entre tormentas y amaneceres desvelados mientras con un rotulador invisible hacemos marcas en nuestra pared. Golpear el techo con las ganas de contarnos cuentos a susurros.

Jugar a ser músicos de orquesta en constante subida y bajada de tonos melódicos. Avanzar entre golpes de tambor a la carrera de aquella música que sale de tus pisadas al huir de mí, al suave tintineo que tu risa va dejando prendado en la brisa que nos une. Rozar las teclas del piano de tu cuerpo mientras las cuerdas de un violín adornan tu mano acariciando mi pelo. Y terminar de recorrer los centímetros que nos separan para componer nuestra sonata de allegros y de adagios.

Jugar a ser tú y yo.




Tayne.

lunes, 4 de marzo de 2013

Planes de futuro.

¿Nos damos cuenta de los muchos planes que hacemos para el futuro? No me refiero a dentro de días o semanas. Años. Solemos hacer planes para dentro de mucho tiempo: viajaré a tal país, iré a ver ese monumento famoso, algún día tengo que pasarme a visitar a aquel amigo de otra ciudad. Planes para fechas perdidas en los días que vendrán. Pero, ¿que pasaría si de pronto todo acabara? ¿Cuántas cosas desearíamos haber hecho antes?

Alguna vez en mi vida tuve que tomar decisiones en función de si era lo que quería en ese momento, o lo que esperaba tener en el futuro. A veces me subí al tren, a veces me quedé en el andén esperando el siguiente, o el siguiente, o el siguiente... Solemos dejar pasar el tiempo, entreteniéndonos en cosas menos importantes, esperando que llegue un instante concreto en el que sepamos que por fin todo encaja. Pero en verdad, nadie sabe como es ese momento, nadie parece preparado hasta que empieza a poner en marcha sus ideas, a realizar sus sueños, a vivir de verdad como uno quiere. Entonces todo encaja sin que nos demos cuenta. Y casi sin apreciarlo.

Esperamos que la vida pase por nosotros creyéndonos inmortales, creyendo que tenemos todo el tiempo del mundo, que ya irán llegando las cosas de manera sencilla. Pero no, el tiempo no espera por ningún hombre. Las decisiones que tomemos ahora, cuando aún hay niebla en el camino, serán las que al final condicionen el trayecto que sigamos. Y si en algún momento, por el azar del destino, la vida acaba en un instante, debemos saber que vivimos como quisimos y que no esperamos demasiado para viajar, conocer, sentir. Que dure lo que dure nuestra existencia pequeña y humana, sepamos en el fin que la aprovechamos de la mejor manera posible.




Tayne.

miércoles, 20 de febrero de 2013

El hombre frente al mar.

La lancha de rescate se acercó al navío lentamente, lanzando cabos para intentar amarrar ambas embarcaciones y así poder abordarlo. El velero llevaba a la deriva dos días y la comunicación con su tripulante había sido imposible. Tras el tiempo reglamentario en ese tipo de competiciones para establecer contacto, la organización había decidido mandar el operativo oportuno. A las doce de aquella mañana de fuerte viento, al fin habían conseguido divisarlo entre el fuerte oleaje.

El velero, modelo Open 60, saltaba al ritmo de las olas, con la vela mayor enrollada alrededor del mástil de 30 metros y el génova suelto en uno de sus extremos. Quedaban pocos utensilios enganchados por la borda, el resto seguramente flotaban ya en el océano debido a los temporales que habían asolado aquella zona del Atlántico los días anteriores. En la última comunicación, el patrón Louis Riou había señalado su posición y su rumbo, nada fuera de lo normal. Desde entonces, nadie respondía en la radio del participante número seis.

El médico y una pareja de guardacostas abordaron el navío con cuidado. Se temían lo peor dada la situación de abandono del barco: seguramente un mal golpe de mar habría hecho que el patrón perdiera pie, cayendo al agua y sin posibilidad de regresar al barco. Quizás se podría haber golpeado con algo y haber quedado inconsciente y en manos del temporal. Quién sabía ya. Tras inspeccionar a fondo la cubierta y la pequeña cabina, el médico volvió a la lancha de rescate para comunicar por radio la terrible noticia. El único tripulante de aquel velero participante en la Vendée Globe, competición que comenzara 45 días antes en el puerto de Marsella, había desaparecido en mitad del océano Atlántico. No había, ni seguramente lo habría, rastro del cuerpo.

La pareja de guardacostas se afanó entonces en recoger cualquier pertenencia del participante. Encontraro rota la radio, que recogieron junto con los guantes y las gafas que se encontraban en la cabina, y lo metieron todo en el baúl de ropa que había fuertemente sujeto en un lateral. Mientras ordenaban la ropa para que cupiera todo, una pequeña funda cayó al suelo mientras uno de ellos doblaba un chubasquero. Sorprendido, el guarda sacó de la funda un pequeño cuaderno húmedo. Era el diario del patrón, sus últimas palabras...



Martes 18 de diciembre. 

Acabo de hablar con Marie. Dice que está bien, pero que es una locura esta competición. Yo también lo creo, pero me gusta estar así de loco. Ella no entiende mi amor por la mar, no siente como yo esa naturaleza rabiosa capaz de lo mejor y de lo peor. Pero la comprendo, cada uno es diferente. Me gustaría, cuando termine, llevarla a pasar unas vacaciones al Caribe o algún sitio así. Creo que lo necesita, y que yo también lo necesitaré. Aún falta la mitad de la competición, pero creo que tengo posibilidades, así que según el puesto podré darnos más o menos caprichos. 

Miércoles 19 de diciembre. 

Un día más, ya perdí la cuenta de cuantos días llevamos de competición. Podría contarlos, pero me niego. Estoy empezando a notar los efectos de la falta de sueño continuo, cada vez me cuesta más despertarme cada 20 minutos para mantener el rumbo correcto. Y cuando ya no intento dormir, me quedo embobado mirando el vaivén del mar. Al reaccionar, a veces ni siquiera recuerdo que estaba pensando. Debo informar al doctor por radio, él me dirá que hacer. De momento, me hace gracia imaginarme como aquellos marineros de otros tiempos, sin otra cosa que hacer en sus largos viajes que observar el mar. Un hombre solo frente al mar. 

Jueves 20 de diciembre.

He perdido posiciones. Está claro por la información que me ha dado el contacto de la organización. He ido más lento y ligeramente desviado de la ruta, así que debo esforzarme más estos días, dormir menos o algo, debo estar totalmente atento. El doctor dice que es normal el cansancio, que tome más vitaminas y que coma siete veces al día. No debo preocuparme. También he visto objetos en el agua, aunque lejos. No sé que serán, dudo que haya habido ningún naufragio por aquí. Igual solo son objetos de otros participantes, lo que refuerza mi idea de que voy demasiado atrás. Hay que mejorar. 

Viernes 21 de diciembre. 

Por radio me acaban de informar de que se acerca un temporal, otro más. Este año estamos teniendo mala suerte con la meteorología. Tengo que preparar el velero para el fuerte viento y amarrar bien los barriles de agua y comida. Seguramente esto vuelva a retrasarme, pero no hay más remedio. He vuelto a hablar con Marie, como cada tres días. Dice que me nota raro, distante, pero es normal a estas alturas. No acaba de entenderlo, creo que tarde o temprano me dirá que abandone. Pero no puedo hacerlo, es demasiado importante. Mi carrera está estancada y un buen puesto aquí me ayudará con los patrocinadores. Cuando lo consiga, ella lo entenderá. 

Sábado 22 de diciembre.

Dios mío estoy volviéndome loco... ¡No puede ser lo que he visto! Había alguien ahí, ahí en el agua. Un cuerpo, ¿estaría muerto? No lo sé... Flotaba, a la derecha del velero, ligeramente atrás. Sí, está claro que estaba muerto, estaba boca abajo. No puedo creer que haya visto eso, habrá ocurrido algo. ¿Y si fuera algún participante? Me habrían informado. Suspenderían la competición... ¿no? Pero es que se ha movido, juro que se ha movido. O no, quizás mi imaginación... El agua, seguro que ha sido culpa del agua. Lo ha girado y entonces... Su cara. Sonreía... No volví a mirar atrás. Necesito dormir, llevo días muy cansado.

Domingo 23 de diciembre

Están subiendo al barco, los escucho. Oigo como sus manos arañan el casco. No quiero... No puedo mirar. Los he visto antes, los he visto nadando desde todas partes hacia aquí. Cuerpos pequeños y alargados, oscuros. Desvié el barco del rumbo, pero siguieron persiguiéndome. No hay nada que hacer... No sé que son, no sé que quieren... Claro que sé que quieren, me quieren a mí. Aquí estoy. Encerrado entre este temporal y rodeado de esos bichos. No puedo luchar más, no tengo armas, no me quedan barriles que tirarles, la radio no funciona... Es el fin. Marie, te quiero. Tendría que haberte escuchado, pero ya es tarde. Voy a por ellos, ahora sabrán quien soy... 




Tayne.

Vendée Globe 2012/2013

viernes, 15 de febrero de 2013

Campo de fútbol.

Estaba sentado en las gradas de aquel campo de fútbol. En la segunda fila, los brazos sobre las rodillas y la cabeza inclinada hacia delante. Observaba el césped desierto donde se reflejaba la luz de aquel día de agosto en las gotas que el riego había dejado sobre toda su superficie. Su mirada se paseaba de portería a portería, recreándose en la novedad de aquellas instalaciones. Hacía tiempo que conocía aquel campo, pero también hacía mucho tiempo que no volvía allí.

Se levantó y comenzó a recorrer la fila de asientos en la que estaba, con paso tranquilo y seguro. Intentaba controlar el flujo de recuerdos que se desbordaba en su mente, liberado por lo singular del momento que estaba viviendo. Como una imagen proyectada encima de la realidad, era capaz de ver la tierra que hacia muchos años cubría el suelo, con sus líneas pintadas, blanco sobre naranja. Las porterías casi sin redes, los banquillos de chapa, el marcador manual. Todo aquello ahora había sido sustituido.

Y de pronto pudo vislumbrar una figura. Sentada en el banquillo local, la sombra se agitaba intranquila, y de forma súbita se levantó. Con una corta carrera se había situado en la misma línea de banda y comenzaba a gesticular enérgicamente. Abrió y cerró los ojos varias veces, sin poder creerse lo que estaba viendo, pero la figura seguía allí con sus frenéticos movimientos. Se acercó un poco más, y bajando varias filas a la carrera, se situó justo detrás del banquillo. En ese momento, la sombra se giró.

Como si la luz solar se hubiera centrado en aquella zona del campo, pudo vislumbrar varios rasgos de la sombra: un bigote abundante pero bien recortado que adornaba una cara redonda pero con signos propios de una edad avanzada, marcada por los profundos ojos oscuros que se fijaban en la cara de aquella persona que lo observaba. Como reconociéndolo, su gesto se suavizó, llegando incluso a amagar una sonrisa. Y en el siguiente parpadeo la sombra ya no estaba allí.

—Míster, ya estamos listos, le esperamos en el vestuario.

Sobresaltado, miró al jugador que le había dirigido la palabra. No se había dado cuenta de que había aparecido justo detrás suyo. Con una mirada extraña, el jugador comenzó a impacientarse.

—¿Míster?
—Sí sí... Claro, ya voy. Un momento.
—También está el presi. Dice que ya tiene usted su contrato preparado.
—Muy bien, después me pasaré. Baja, ahora te sigo.

Dejando a su confuso jugador solo en las gradas, el nuevo entrenador del equipo local saltó la pequeña valla que separaba la fila más baja de las gradas del terreno de juego, y agachándose, pasó la mano por el césped recién regado. Sintió el frío a la vez que su fresco aroma llegaba hasta él. Hoy era un día grande. Iba a comenzar su nueva aventura en el club de su vida, después de años de experimentar en otros lugares y en otros equipos. Esta era su gran oportunidad. La oportunidad de seguir los pasos de su padre como entrenador.

Y su padre le acababa de dar la bendición. La temporada ya podía comenzar.




Tayne.

martes, 12 de febrero de 2013

El caso IV.

Tras el estruendo del disparo, sin saber por qué, la secuencia de imágenes de aquella tarde inundó irremediablemente mi cabeza...



La había encontrado saliendo de su piso, o bueno, más bien el piso de su protector actual. Situado en el centro de la ciudad, en la parte donde se movían los asuntos económicos, seguro que estaba a la última en cuanto a apariencia y millones invertidos. Casas más apropiadas para enseñarlas que para vivir en ellas. Pero es el precio del poder, supongo. El dueño del casino, nueva conquista de mi amiga pelirroja, era alguien poderoso. Sin duda.

Seguí sus pasos, escaparate tras escaparate, hasta que decidió sentarse en la terraza más bulliciosa que encontró, en una esquina de una plaza adornada con palmeras. Llegué y me senté justo enfrente. Con un largo trago, dejé su copa recién puesta por la mitad.

—¿Sorprendida?
—Sé que andas detrás mía desde hace una hora. La discreción nunca fue lo tuyo.
—Era ironía querida, solo te dejé elegir el lugar. Cortesía de caballero, ya sabes.
—Ni lo fuiste ni lo serás.
—Ni falta que me hace. Ve largando.
—¿Después de tanto tiempo?
—¿Qué...? ¡No me jodas! Quiero saber que haces metida en esta mierda.
—Anda... Pensé que venías a declararte otra vez.
—¿Quieres empezar a hablar de una vez?

Su maldita sonrisa estaba ahí de vuelta. Me miraba con esos ojos verdes que no habían cambiado nada, diciéndome sin palabras que no me lo iba a contar todo. No al menos todavía. Cada vez que estábamos los dos solos se iniciaba una dura y silenciosa batalla por el control de la situación. Esta vez, estaba claro, iba perdiendo.

—Ya sabes lo que hay. Me buscan, pero tengo las espaldas cubiertas.
—¿Por qué sigues aquí?
—¿Crees que siempre me voy?
—Huyes, creo que siempre huyes. Habla con propiedad, por favor. —Minipunto para mí.
—Pensé que no querías hablar de eso... —Se acabaron los minipuntos.
—Sigue.
—Estoy empezando una nueva vida, tan sencillo como eso. El me quiere, yo le quiero... —Mis carcajadas sorprendieron a los ocupantes de las mesas que nos rodeaban. —Por favor no hagas que me arrepienta de dejar que me vean contigo.
—Siempre fui de tus mejores compañías.
—Y de las más cortas, desde luego.
—Necesito el collar.
—No hay collar que valga. Ya no lo tengo yo. —Su mirada se desvió a la mesa de al lado.
—¿Cómo que no? ¿Qué has hecho con él? ¿Lo vendiste? —No podía creerlo, más problemas.
—No lo vendí, es todo lo que necesitas saber.
—Mira, me estoy jugando el cuello con esto, no se si te das cuenta...
—¡Y yo también! —Su interrupción me sorprendió esta vez. No esperaba verla así. —Haz lo que tengas que hacer, que yo haré lo mismo. No sé que narices haces metiéndote donde no te llaman.
—Es un trabajo.
—¡Pues elige mejor la próxima vez! Esto es algo más que tus míseros encargos de siempre. No tengo nada más que decirte. Da las gracias a la pena que me das.

Se levantó y con prisa se alejó de la terraza, dejando atrás trazas de su perfume. La copa a la mitad seguía en el sitio donde la dejé al iniciar nuestra conversación. Me levanté y dejé plantado al camarero, que me pedía insistentemente que abonara la cuenta. Una mirada de mis ojos entrecerrados bastó para callarlo. No iba a ser yo quien siguiera cargando con las deudas de nadie. Caminé pensando en mis posibles vías de escape. No podía creer que otra vez, otra vez por su jodida culpa, tuviera que salir corriendo. Seguí avanzando, perdido en mis pensamientos, espantando a quien se ponía por delante. Sin darme cuenta, mis pasos me encaminaron de vuelta a la puerta del piso del dueño del casino.

Me quedé mirando embobado la fachada, totalmente blanca, con balcones en metal que sobresalían de la estructura. No había luces en el edificio, parecía totalmente muerto. Tras de mí, un taxi acababa de aparcar.

—¿Qué haces otra vez aquí? ¿No te lo dejé claro antes? —Tras bajarse, el taxi se marchó, dejándonos allí los dos, en mitad del anochecer, mirándonos. Ninguno parecía muy contento.
—Tranquila, ya me largo. Qué más podría ir mal hoy...

El disparo cortó en seco mis palabras. Mis ojos y los suyos se abrieron de golpe, a la vez, como sincronizados. La sangre comenzó a caer al suelo.




Tayne.


domingo, 3 de febrero de 2013

El caso III.

Verano de tres años antes.

La luz entraba por las rendijas de la ventana, iluminando mínimamente la habitación de aquel motel de mala muerte. Allí estaba yo, después de otra noche más, solo, en una cama que no conocía. No recordaba haber pagado la cuenta, así que revisar la cartera era lo más urgente. Pura rutina. El mareo al levantarme preveía un mal día de resaca.

Cuando andaba buscando mis pantalones por la habitación, el ruido de la ducha me sorprendió. Ella sigue aquí, pensé. Que raro, ellas siempre se van, su trabajo las requiere. De pronto recordé a la chica del bar. No sabía muy bien como, la había conseguido camelar entre ron y ron, y habíamos acabado en el primer sitio que encontraron. No recordaba su nombre... Si es que alguna vez me lo había dicho. Demasiadas lagunas, debía dejar el ron. Decían que la resaca del vodka era más soportable. Detrás de una silla de madera estaban mis pantalones. Mientras terminaba de ponérmelos, la puerta del baño se abrió.

—Joder, estás horrible —dijo mirándome, mientras secaba su pelo rojizo con una toalla. Una suerte que estos lugares solo tengan una toalla en el baño.
—Tú no, si te sirve de consuelo. ¿Qué haces todavía aquí?
—¿Te sorprende?
—No es la costumbre.
—Yo no soy como las demás. —Tras anudarse la toalla, se recostó en la cama.
—Eso dicen todas. Luego cobran igual.
—Vete a la mierda.
—Tienes un despertar genial —Recogí mis cosas del suelo, y poniéndome la camisa me dirigí hacia la puerta sin mirar atrás. —Pasa un buen día.
—¡Eh! Ni se te ocurra largarte.
—Vaya, ¿me necesitas para más?
—A ti no estúpido, a tu coche.

Media hora después conducía hacia el bar en el que la conocí. Había dicho que tenía su coche en la puerta, así que como buen caballero tenía que llevarla hasta él. Los buenos caballeros solo aparecen cuando hay damas en la zona, contesté. Su mano cruzó mi cara como respuesta. Ahora un agradable silencio conseguía que el dolor de cabeza que sentía no fuera tan fuerte.

—¿A qué te dedicas? —Fin de la tranquilidad.
—A llevar damas a sus carruajes.
—¿Y en tus ratos libres?
—Trabajo.
—Obvio.
—Entonces para qué preguntas.

Mientras devolvía la mirada de odio que me lanzaba descubrí que tenía los ojos verdes. El pelo, color rojo oscuro, caía en forma de rizos hasta sus hombros. La verdad es que la chica estaba bastante bien. Veintitantos confesó tras dos copas. Eso si lo recordaba, normalmente evitaba meterme en ese tipo de problemas. De todas formas, seguía sin entender como habíamos acabado juntos. Perdido como estaba en mis pensamientos, casi me paso del sitio. Ella me avisó con un empujón.

—Aquí es.
—¿Y cuál es el afortunado?
—Aquel de allí. —Un destartalado coche con la pintura caída estaba aparcado justo en la acera de enfrente de la puerta del local. Varios vasos adornaban el techo. —Tengo que encontrar uno mejor.
—Sin duda.
—Pronto, yo también tengo mi propio trabajo.
—Ajá.
—Entonces, ¿no vas a pedirme mi número ni nada?
—¿Qué? —Mi cara lo decía todo. Lo último que esperaba era que quisiera volver a verme.
—Déjalo. Seguro que eres el fan número uno de este tugurio.

Abrió la puerta y se bajó del coche. Sin apenas mirar cruzó la calle. La forma en la que caminaba era excusa más que suficiente para mantener la vista fija en ella. Tras irse sin mirar atrás una sola vez, aún seguía yo allí parado, con mi coche casi en mitad de la calle, sin saber muy bien que acababa de pasar.




Tayne.


sábado, 2 de febrero de 2013

¿Cuánto has aprendido?

Aprenderás.

Lee esta entrada, date una vuelta a ti mismo, y mira lo que ya sabes y lo que aún no. Hazlo, te sorprenderá. A veces merece la pena hacer balance.

Gracias a laDibujantedeSonrisas.





Tayne.

viernes, 1 de febrero de 2013

El caso II.

—Espero que traigas mi collar.

Capone. Así se hacía llamar el mandamás de los golfos del sur de la ciudad. Un tercer hijo que había adoptado ese apodo presuntuoso en el momento de su ascenso, gracias a la desaparición de sus dos hermanos mayores. ¿Que cómo desaparecieron? En chirona, los dos. Por culpa de él piensan algunos valientes. Yo, allí, no pensaba. No fuera a ser que alguno de los dos brutos que me rodeaban fuera a leerme la cabeza, y para que quería yo más problemas.

—No.
—Y lo sueltas tan tranquilo. Vamos a ver, creo que no me entendiste la última vez...
—Sí sí, le entendí... —Primera colleja de la noche. Del bruto de mi izquierda.
—Creo que así te quedará claro que no debes interrumpirme. Te pedí, de una forma muy bien remunerada, que me trajeras el collar que esa puta me robó.
—Y a eso fui, pero la cosa está algo complicada.
—Sorpréndeme.
—Es la novia del dueño del Casino. Y ya sabe usted quien es el dueño. —Lo sabía, por supuesto.
—Claro mi inteligente amigo, por eso eres tú, y no mis hombres, el que tiene que solucionar mi problema. No es tonta y se ha acercado al único idiota que aún se atreve a desafiarme.
—Ajá, o sea, que si usted montara, que le digo yo, una peleíta... —Segunda colleja. Esta vez el de la derecha. Como se compenetraban, una maravilla.
—Limítate a cumplir el encargo, ya te pagué la mitad.

Maldito momento en el que acepté el encargo. Me habían llevado hacía tres días, igual que ahora, a la parte trasera de uno de los locales de Capone. Con mejores formas que ahora, me habían prometido un trabajo fácil, bien pagado. Solo encuentra a la rubia y tráeme el collar, dijeron. Seguramente no sepa lo que hace y se paseará con el collar a la vista, dijeron. Ahora, ni la rubia era ya rubia, ni el collar estaba en ningún sitio accesible.

—¿No querrás más dinero? —La mirada del gordito me vaticinaba problemas si respondía equivocadamente.
—Por supuesto que no.
—Entonces cual es el problema —preguntó de nuevo, impaciente.

Ella, pensé. Ella es el maldito problema. La noche anterior había descubierto que la ladrona era una antigua, digamos, conocida. La última  vez que nuestros caminos se habían cruzado, la factura ascendió a un coche y medio millón de euros robados. A mí no, por supuesto, pero si que me había utilizado de chivo expiatorio y tuve que desaparecer por un tiempo. Un añito de retiro voluntario fuera de la ciudad, hasta que se olvidaran de mi y de mi familia. No había vuelto a verla hasta que apareció detrás mía en el jodido casino. Metida de lleno en el asunto. Lo único que me extrañaba era que aún siguiera en el país, tendría que preguntárselo la próxima vez que la viera.

—Ninguno, descuide. Solo quería comentarle los avances.
—Avances que no son tales e información que ya tenía. ¡Fuera de aquí!

Y con la última colleja de la noche, mis dos nuevos amigos me encaminaron hacia la puerta. Seguía bien jodido: no podía dejar el encargo o a saber quién encontraría mi cuerpo, y no veía claro recuperar el collar estando en las manos de quien estaba. Estaba seguro de que iba a necesitar toda la suerte del mundo. Y la suerte, hasta el momento, no había sido mi mejor compañera.




Tayne.


sábado, 26 de enero de 2013

El caso.

Llegué al casino a las diez en punto de la noche. Cambié por fichas la mitad del adelanto que había cobrado, y me encaminé hacia la barra, devolviendo con una mueca las miradas extrañas que me dispensaban aquellos elegantes derrochadores de dinero. Yo también lo derrochaba demasiado rápido, pero ni mucho menos los lugares que yo frecuentaba últimamente eran tan elegantes. Lo prefería sin duda. Cuando te miraban con desprecio al menos sabías que era por una razón de verdad.

—Ponme lo de siempre. —Me senté enfrente del barman, un antiguo conocido venido a más no sé muy bien cómo. Habíamos compartido muchas noches en otras barras, cada uno en su lado.
—¿Qué haces tú aquí? ¿No sabes que las copas aquí cuestan el doble?
—Claro que sí idiota. Estoy aquí por trabajo.
—No me gustaban tus trabajos antes, dudo que lo hagan ahora. Espero que no me traigas más problemas de la cuenta.
—Siempre tan egocéntrico, no vas a cambiar nunca ¿eh? Tranquilo, la localizo y te dejo en paz.
—¿Una mujer? Has subido el caché.
—Ya busqué a otras mujeres antes, solo que aquellas cobraban.
—¿Quién te manda?
—No quieres más problemas de la cuenta, recuerda.
—Eres un cabrón.
—Y tú un estafador. Estoy esperando aún mi copa.

Cogió la botella del peor ron de la repisa y tras colocar un vaso lleno delante mía se alejó, simulando que tenía que traer más botellas del almacén. El otro camarero de la barra me miraba desde su extremo, con desconfianza desde luego. Tal vez unos vaqueros y una cazadora gastada como la mía no era lo que esperaba ver cuando levantaba los ojos. Una lástima. Hasta los camareros pueden ser pedantes en sitios como estos.

Probé la copa, demasiado poco cargada, y volviéndome en el banco, observé a los presentes. A la izquierda las ruletas giraban rodeadas de jóvenes de traje con maniquís agarradas del brazo, bastante escandalosos todos. El resto de local que podía ver desde allí estaba saturado de mesas de poker y de blackjack, con clientes mucho mayores y más silenciosos. De vez en cuando alguno se levantaba y con paso lento se dirigía a la puerta, con los bolsillos vacíos de ganas de seguir perdiendo.

Había pocas mujeres allí, pero ninguna como la que buscaba. Rubia platino le habían dicho. Alta, rondando la treintena, desenvuelta. Y con un collar robado, por supuesto. Para eso lo habían buscado a él. Era experto en encontrar ladrones que tocaban las narices a otros ladrones.

—No esperaba verte aquí. —Aquella maldita voz me sonaba demasiado bien. Tanto, que preferiría no haber vuelto a escucharla en mi vida—. Has subido el caché.
—Es la segunda vez que me lo dicen esta noche. Y es la segunda vez que no me gusta. —Allí estaba ella, mirándome divertida, igual que se mira a una oveja en mitad de una ciudad.
—Sigues tan simpático como siempre —dijo tras apoyarse en la barra justo a mi lado. Comprobé que ya no me gustaba tanto como antes su cercanía.
—Por supuesto, las viejas costumbres ya no se pierden.
—¿Perdiendo dinero como todos?
—Yo no gasto el dinero cuando sé que luego me arrepentiré.
—¿Nunca te arrepientes de tus borracheras y tus amiguitas?
—Nunca me acuerdo de unas ni de otras. Así no puedo arrepentirme. —La mirada de desprecio que me dedicó fue lo mejor de toda la noche hasta ese momento.
—Entonces a quien buscas.
—¿Yo? —La noté algo impaciente así que me tomé mi tiempo para contestar. Di otro trago, y tras echar una ojeada más al local, contesté. —A nadie. Solo he venido ha saludar a nuestro querido camarero —respondí mientras señalaba al barman que acaba de volver del almacén, y que me miró con cara de pocos amigos.
—Hola señorita, un placer seguir viéndola por aquí.
—Lo mismo digo, pero no duraré mucho. Hoy solo vengo de visita. Espero que los dos paséis buena noche disfrutando de vuestra mutua compañía.

Tras despedirse, avanzó hacia la puerta lateral que daba a la segunda planta del casino. Demasiado rápido para mi gusto. De lo que yo recordaba de ella, uno de sus placeres era caminar lentamente esperando que todas las miradas masculinas se fueran fijando en ella irremediablemente. Sin duda, se seguía mereciendo aquellas miradas a sus casi treinta años. No había cambiado apenas en los casi tres años que llevaba sin verla.

—¿La conoces acaso? —La pregunta del barman me sacó de mis pensamientos.
—Sí, por desgracia. Alguna vez nos cruzamos.
—¿En serio?
—Antes ella no era mucho más que tú y que yo. O por lo menos que yo, ahora tú has caído mucho más bajo.
—Déjame en paz.
—¿Es habitual aquí?
—¿Ahora si quieres respuestas?
—Eso o pagas tú mi copa. —Otra mala mirada. Esa noche iba para record.
—Ahora sí, pero desde hace poco. Es la nueva novia del dueño del local.
—El dinero siempre la atrajo. Y que mejor que un casino. ¿Ya le ha sacado mucho al agraciado?
—Pues no lo sé, pero nunca repite vestuario, ni escatima en gastos en el local. A cuenta del jefe, claro. Lo último, ha sido ese vestido y el tinte de pelo. Se comenta entre los empleados que el peluquero vino desde Milán.
—¿Perdona? ¿Tinte?
—Sí claro, tú lo sabrás si la conoces de antes.
—No sé de que hablas, siempre fue pelirroja.
—¿Sí? Pues cuando llegó aquí no lo era.
—¿Entonces?
—Págame, no me fío de ti.
—Al menos no te has vuelto un idiota por trabajar aquí. —Saqué las monedas de mi bolsillo tras buscarlas entre las fichas. Había esperado gastarlas mientras observaba a mi presa, pero estaba empezando a sospechar que todo se iba a complicar. De una forma que no me gustaba nada. —Ahora contesta.
—Lleva solo tres días con ese color. Antes era rubia. Rubia platino.

Volví a dirigir la mirada hacia la puerta del segundo piso. Sí, definitivamente, se había complicado. En ese momento decidí que aquella era una buena noche como cualquier otra para gastar la mitad de lo cobrado. Por si acaso.




Tayne.

martes, 22 de enero de 2013

Paradise city.



Traje impecable, corte de pelo perfecto, mirada segura. No más de 25 años, su portafolios cuidadosamente ordenado reposa en la mesita. El aspirante se sienta recto en el sillón de la recepción de la oficina, esperando su turno de entrar. La recepcionista le comunicó que su entrevista de trabajo comenzaría a las 11 en punto. Faltan quince minutos, pero no se molesta en mirar el reloj. Repasa mentalmente la lista de méritos que dejará caer disimuladamente en la conversación, está seguro de sí mismo y espera conseguir el trabajo. Ya rechazó otras entrevistas en favor de esta, así que espera que el sueldo merezca al menos la pena. Todavía está dispuesto a dejar pasar el puesto.

Con mirada crítica ve llegar a otro candidato al trabajo, que se sienta enfrente. Estima que el hombre ronda la cincuentena de edad, pero su indumentaria deja mucho que desear. Viste un pantalón liso que no va a juego con la chaqueta gris, entreabierta, dejando ver una camisa amarillenta. El hombre comienza a trastear con las revistas de informática que hay en la parte de abajo de la mesita, y sin mirarle a la cara, le pregunta si está nervioso. Antes de dejarle contestar, prosigue:

—Yo sí. Hace años que no me presento a una entrevista, ya no sé que se dice en estos casos. Seguro que tú la tienes muy preparada, no sé que hago aquí. Además, no sé si me gustará trabajar en esto.
—No será decisión nuestra, no se preocupe —responde el joven, dirigiendo su mirada al reloj de la pared por primera vez. Doce minutos.
—Ya bueno, uno la verdad ya no se preocupa de estas cosas. Hace años que dejé de hacerlo. Yo también fui un chico como tú que se iba a comer el mundo.
—Solo espero la entrevista de trabajo, señor.
—Perdone perdone, no quería molestarlo. Pero entienda que tengo cierta experiencia, todos los jóvenes queréis triunfar y conseguir muchas cosas. De una u otra manera. Yo también fui un joven...
—Ya lo comentó, señor.
—Claro que sí. Tengo mis años, pero estoy orgulloso de mi memoria todavía. Recuerdo mis primeros trabajos, mi primer sueldo. Entonces sabíamos apreciar el dinero. Ahora solo se gana dinero para gastarlo y gastarlo. Que locura de sociedad.
—Claro, señor. —Ocho minutos todavía. Al final ha conseguido ponerlo nervioso.
—Bueno y tú, ¿qué esperas de este trabajo? Porque seguro que el puesto es tuyo, solo hay que verte. Tan seguro, tan formal.
—¿Yo? Espero lo que todo el mundo —responde mientras espera con aquella respuesta saciar las ganas de hablar de aquel charlatán. —Un buen sueldo, trabajar las horas justas y poder vivir bien. Para eso estudié y para eso estoy en esta entrevista y no en otra. Rechacé varias, ¿sabe?
—Sé, o bueno, supongo.
—Además, que le importa a usted que espero del trabajo. Si me lo dan lo haré bien, estoy sobradamente preparado y soy joven. No necesito más.

Levantándose lentamente, como si todo el peso de sus años le hubiera caído de pronto sobre sus hombros, mira al joven y sonríe. Pero sus ojos no lo hacen. Sus ojos parecen terriblemente cansados. Cansados de gente como él. El joven ya no está tan seguro de sí mismo. Nadie le enseñó a aguantar miradas como esa.

—No me importa más allá de mis recuerdos. Yo fui como usted, ya le dije. Yo también esperaba poco menos de un paraíso cuando pensaba que lo tenía todo para triunfar. Más tarde entendí que el paraíso esconde trampas entre sus árboles, y que los jardines verdes y las chicas bonitas son fugaces. Ya quisiera yo volver al inicio, al punto donde estás tú. A la inocente seguridad del joven. —Se dirige hacia la puerta del despacho, que abre con una tarjeta electrónica que saca de su bolsillo. —Puede pasar.

Son las once en punto. El hombre entra mientras silba una alegre melodía, extraña en alguien como él. El joven, sorprendido todavía, reconoce un estribillo en aquella música.

Take me down to the paradise city
Where the grass is green
And the girls are pretty
Take me home




Tayne.

Dieciocho años.

Sentada en una de las rocas del extremo de aquella playa del norte del país, contempla el mar a la luz del atardecer. Un pequeño viento que sopla desde hace un rato va logrando embravecer el agua poco a poco, haciendo que salpique tras chocar con las piedras. De vez en cuando la espuma blanca la alcanza, pero no le importa. Ella disfruta con la sensación del agua salada en su piel. Por eso está allí, lejos de aquellos lugares que puede llamar hogar. Una aventura que repite cada verano, una experiencia entre olas y amigos lejanos.

Allí sola, piensa en la vida que deja fuera de la mochila cuando realiza estos viajes. La vida que cambia, la universidad que empieza. El respeto ante lo desconocido, los nuevos compañeros de viaje, las puertas abiertas a la vida que tanto ansiaba. Los errores por cometer, las fiestas por vivir, los hombres por rechazar. Exámenes que aprobar, viajes que hacer. Tantas promesas de libertad. Aquellos cuentos que las chicas mayores le contaban y que por fin le toca disfrutar a ella misma. Dieciocho años a sus espaldas que son la llave a un nuevo mundo.

Con una sonrisa que no sabe como llegó a sus labios, recuerda que la esperan. Se levanta y dando saltos entre las rocas llega a la arena. Ya casi ha oscurecido y la luna se observa claramente a un lado del paseo marítimo. La luna que evoca aquellas noches en otro paseo, en otro verano. En otro lugar mucho más lejano. Pasando una mano por su oscuro pelo rizado, aparta los recuerdos y nombres, y comienza a andar hacia su hotel. Tranquila, feliz, valiente.




Tayne.

domingo, 20 de enero de 2013

El arte del teatro.

No  hay nada más emocionante que los nervios detrás de un telón. Esa sensación, viendo pasar a tus compañeros, nerviosos como tú, esperando el momento de salir a escena. Observar como está todo a punto, listo para que el telón se levante. Repasos de última hora, palabras de ánimo, sonrisas fugaces, miradas de apoyo. Admirar como un grupo de personas, distintas entre sí tanto en edad como en personalidad, unen sus esfuerzos y sus ganas por un fin común: representar una obra de teatro con el único propósito de agradar al público y a sí mismos. Ese es el arte del teatro.

Horas y horas de ensayos y de aprender un guión. Ver evolucionar a los personajes en la piel de cada actor, observando como la persona se transforma, con una forma de hablar y unas características fruto de la invención del autor. Poder nombrar al personaje y que sin ninguna duda responda la persona. Son detalles que hacen mágica la experiencia del teatro. Y por supuesto también están las complicaciones. Un escenario que no se termina, una frase que no se recuerda, un vestuario que no aparece. Hacer de cosas tan simples una cuestión de vida o muerte. Sin duda, cambiar durante unos días tu vida. Dejar de lado las preocupaciones de verdad, ocupado solo de llegar a la representación con todo listo.

Convertir en un ritual la última semana de ensayos. Pruebas de vestuario interminables, últimas adaptaciones de guión. Cambiar de sombrero, chaqueta o bastón. Risas y bromas solo entendidas por los actores. Venta de entradas con toda la ilusión del mundo. Ensayo general con los nervios a flor de piel. Última mañana montando escenarios y colocando atrezzo. Última tarde de maquillaje y preparación. Y finalmente, ver como se alza el telón ante el público. El único juez posible.

Aún recuerdo los nervios de la primera actuación. Ese cosquilleo en la base de los dedos, esas palabras que comenzaron a salir atropelladas. Pero tras levantar la cabeza, ver las luces alumbrando mi camino hacia el centro del escenario, a mis compañeros convertidos en hermanos por unos días, solo me quedaba la satisfacción de llegar al final del camino y poder por fin poner en práctica tanto trabajo. En ese momento, los nervios dejaron paso a la diversión que solo conoce aquel que se enfrentó a las tablas de un teatro. 




Tayne.

domingo, 13 de enero de 2013

Tonterías y estupideces.

"Qué se podía esperar de él con las pintas que lleva".

Así terminaba el discursito por Twitter de un iluminado ayer por la noche. Hablaba de un tema que puede ser discutido, eso sin duda. Yo mismo tengo opiniones enfrentadas. Pero de ahí, a soltar perlitas como la de arriba o la de "mira donde está la puta izquierda", queda un mundo. Y eso me hace pensar hasta que punto la juventud de hoy en día repite los patrones que los padres le enseñaron. Y como se equivocan haciendo eso.

Crecí en un pueblo, y estoy harto de tópicos. He visto crecer a niños de mi edad que de ser normales, pasaron a ser franquistas acérrimos. Sin saber ni siquiera que significaba ser eso, solo porque sus padres, pijos terratenientes de pueblo, se lo habían inculcado. Y allá iban tan orgullosos ellos, gritando su afiliación a los cuatro vientos, luciendo banderas y distintivos a juego. Lo peor, es que la tontería no se pasó con los años.

Otro de los tópicos usuales en un pueblo, es mirar de reojo y con desprecio al que lleva "malas pintas". Pensaréis: ¿Pero se merecían tal desprecio? Pues depende. Como en todo. Pero si miráis las noticias veréis como depende de que percha lleve el traje, se sabe cuanto roba. Porque robar, la mayoría. A las pruebas me remito. El caso, que me desvío. Que aprendí, también mientras crecía, que no por llevar un traje, o más común en mi edad, polito, pantaloncito de pana y zapatitos, se es mejor persona, más honrado o más normal. De hecho, estaba cansado de aguantar a ese tipo de personas mientras se reían de cualquiera porque no podían comprar tal cosa de última generación, o porque llevaban tal bicicleta destrozada, o porque su fuente principal de ropa era un simple mercadillo donde la marca principal era "Acliclas" en vez de Adidas.

Y al conocer a esas personas de malas pintas, vi que la mayoría eran personas normales que ni siquiera prestaban atención a los insultos. Se limitaban a vivir su vida y disfrutar de sus amigos, sin más preocupaciones que las propias de la edad. Incluso con el tiempo han demostrado que pueden aportar más al mundo que cualquiera. Pero no todos. En algunos vi el mismo rencor que veía en los contrarios, no sé si estaba ahí por invocación propia, porque lo aprendieron de sus padres o como respuesta a las provocaciones. Ahora, de mayores, lo sigo viendo en ambos lados. Pero ahora si tienen medios y armas para enfrentarse en condiciones.

Entonces, vuelvo al presente. Me encuentro de vez en cuando jóvenes que son calcos, indudablemente, de sus padres. Que defienden las mismas ideas sin argumentación ninguna. Que recurren a los insultos, a los tópicos y a la descalificación y generalización como principal fuente de razones. Siempre que se encuentran en un debate, se olvidan del tema principal, del análisis de las causas y razones. Se dedican simplemente a plasmar sus ideas y rechazar todas las demás de forma despectiva. Y me repatea. Porque no se han molestado en informarse. Porque van a lo fácil y no escuchan a nadie. Sin sentido ninguno de la crítica propia.

Que decepción se llevarían algunos socialistas si vieran las diferencias entre los ideales que defendía Pablo Iglesias y lo que actualmente defienden cuatro trepas que solo buscan el dinero del gobierno. Que pena me dan los populistas que solo votan porque son los suyos, perdonándoles todo: robos, engaños, decepciones... Ambos bandos pasan por alto todo eso, para seguir enfrentándose y mirando para otro lado cuando sus politicuchos de turno lo hacen mal una y otra vez. 

Así nos va, así nos irá durante mucho tiempo. Porque todavía tenemos gente en ambos lados que no se molestan en preguntar a tanto indignado por qué pelean, que derechos son esos. Simplemente los descalifican porque "que pintas son esas". Con esas pintas solo pueden pedir tonterías propias de jóvenes sin experiencia ninguna. Pero ya no son solo jóvenes. Son jóvenes, adultos, ancianos, niños. Todo eso, peleando por los derechos de todos. Derechos tanto para un extremo del hemiciclo como para el otro. Derechos que acaban en la papelera sin que hagamos mucho todavía por evitarlo. Y la mayoría de esa gente que tiene "buenas pintas" mirando para otro lado mientras los políticos, oh grandes representantes del pueblo, los ignoran y pisan. Por eso las cosas no cambian. Por eso seguimos en el fondo de la crisis.

Y para terminar, no puedo dejar de pensar que esto ya se repitió. Que me suena de algo. Que nos pasa porque lo llevamos en la sangre, porque decirse español conlleva llevar de apellidos este conjunto de idioteces propias de la madre patria. Y si no solucionamos eso, si no dejamos de pensar que la ropa marca a la persona, que el bando contrario es el enemigo, que uno mismo es mejor que el resto... No vamos a salir de ningún sitio. Seguiremos hundidos en la estupidez.




Tayne.